Viajes con propósito – Los que me mueven el alma

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Viajes con propósito y viajes de aventura. Sobre estos dos les contaré en mi blog. Pero quiero empezar con los primeros, porque un 70 por ciento de mis recorridos los hago pensando en dar lo mejor de mí como viajera curiosa, ética, consciente y con sentido de responsabilidad.

Esta introducción a los viajes con propósito esta divida en tres partes.

Viajes con propósito

1. Los que me mueven el alma
2. ¿Por qué estos viajes llegaron a mi vida?
3. Viajes sin filtros

PARTE UNO

Los que me mueven el alma

Algo en mí se mueve cuando pienso, cuando hablo, cuando me embarco en un viaje con propósito. Es algo del alma, lo sé. Es un tema que estudio, que pongo en práctica, del que me encanta hablar y del que quiero contarles en esta segunda entrada de mi blog.  

¿A qué me refiero? Se preguntarán muchos para los que la expresión puede no ser común. Para mí un viaje con propósito es igual a transformación. Es una experiencia que me llega muy profundo, que tiene gran significado. Un viaje con propósito es ir tras una meta clara. Es abrazar la curiosidad, la aventura y la consciencia. CONSCIENCIA y la resalto porque es una palabra clave en todo esto que les voy a contar.

Un viajero con propósito es un ser consciente de la realidad, del mundo que quiere descubrir. Se prepara, hace un proceso personal para entender el destino que lo espera, es un ser educado. Sabe que es un ciudadano global, pero también, que puede ser un ciudadano local, que aporta a su comunidad y a las comunidades en las que se inserta gracias a sus travesías. Es un amante de la vida, que trata de causar el menor daño posible a todos los elementos que involucran su exploración. Para explicarlo mejor, es un viajero que piensa en la sostenibilidad, mirada desde tres factores vitales: lo sociocultural, el medio ambiente y la economía.

Trabajamos y viajamos, y pocas veces pensamos en la contribución enorme que cada uno de nuestros recorridos hace a la economía mundial.

Imaginemos este escenario: alguien contrata su viaje con una agencia masiva, se hospeda en un hotel de cadena, come en un restaurante de una gran franquicia, va por ahí sin entender la cultura del país al que llega, sin conocer sus tradiciones para poder respetarlas. ¿Entonces? Esta persona hipotética se convierte en un turista que, simplemente, acude a los sitios populares sin importarle (o sin entender muy bien) el impacto negativo que pueda estar ocasionando con sus comportamientos. ¿Dónde quedan en esta ecuación, por ejemplo, los sitios de comidas tradicionales, los guías locales, las personas de esas ciudades y pueblitos cuya economía depende del turismo? ¿Dónde queda la industria local?

Nada es blanco o negro, nada es perfecto (si todo lo hacemos con la intención de que salga perfecto, nunca vamos a lograr nada, ¡porque no existe la perfección!). Quien viaja con consciencia no es perfecto. ¡La vida no es perfecta! ¡Los viajes no son perfectos! Son verdades irrefutables y a veces hay situaciones que se salen de las manos, como llegar a un país sin agua potable y verse obligado a comprar botellas de agua para hidratarse. Es plástico, sí, no es lo adecuado, pero quizá no existan otras alternativas. ¿Qué podría hacer entonces para contribuir -si no puedo con el agua- de otra manera, desde otras perspectivas?

Aunque queramos, no aportaremos al cien por ciento a la sostenibilidad de la nación a la que viajemos, pero sí podremos aportar desde lo pequeño para equilibrar la balanza. Es más fácil que un millón de personas hagan cambios chiquiticos (y dejo esta palabra porque me gusta, me recuerda a Colombia) a que una sola persona pretenda hacerlo todo.

En pocas palabras, un turista hace un viaje por placer, para conocer, porque se lo merece y ha ahorrado, anteponiendo el yo, lo cual no está mal, no me malinterpreten, sin embargo, no hay consciencia de los impactos. Un viajero con consciencia, con propósito, por más de que viaje con la intención de conocer, que sepa también que se lo merece y que ahorró para ello, va a querer aportar, además, su granito de arena a la sostenibilidad.

PARTE DOS

¿Por qué estos viajes llegaron a mi vida?

Ya les conté al principio que más o menos un 70 por ciento de mis recorridos han estado conectados a los viajes con un propósito. Tres los basé en voluntariados: en África, por tres meses y medio; Nepal, por dos meses, y Perú, por un mes (les hablaré de cada uno de esos viajes en otras entradas del blog), desempañando diversas funciones en escuelas y orfanatos. Aunque he realizado muchos más con objetivos muy personales a los que no voy a través de una organización, sino que, simplemente, son aventuras en las que hago, a mí manera, contribuciones a la economía, al medio ambiente y a la parte sociocultural. Porque un viaje con propósito no se reduce a un voluntariado.

Mi interés por los viajes con consciencia no es algo reciente en mi vida. Todo comenzó en mi niñez, con mis papás, gracias a su amor por la labor social. Siempre se puede dar, nos decían a mi hermana y a mí. Dar, qué verbo bonito, y no solo me refiero al dinero, hablo de tiempo, de amor, de consuelo, de alegría, de cuidado. Recuerdo con mucho cariño que cada que mi papá visitaba una de sus granjas, llevaba comida para compartir con sus trabajadores, así se reunían para conversar y les demostraba que eran importantes para él. Pequeñas acciones que marcan diferencia. Eso se me quedó en el corazón.

Mudarme a Australia, un país tan privilegiado, me hizo pensar en qué hacer, cómo aportar, cómo salir de la zona de confort para, desde donde estuviera, contribuir. Y lo tercero, y de tanta importancia para mí, fueron las enseñanzas que me dejó Laura, mi mejor amiga, mi inspiración, de la que pronto les contaré. Ella cambió totalmente mi manera de ver las cosas e hizo que me sintiera más consciente frente a esa necesidad de, simplemente, ser mejor persona sin esperar nada a cambio, con la convicción de que no tiene que haber un motivo, todos deberíamos serlo y punto.

Siempre me incliné por lo humanitario. Pero desde que empecé a estudiar la maestría, investigué muchísimo y me di cuenta de la importancia de lo económico y de lo ambiental en la filosofía de la sostenibilidad y de los viajes con propósito. El libro que diseñé y escribí, Travel with a purpose, your guide to a meaningful journey (que les presentaré también en este blog) es, precisamente, un diario guiado para personas y futuros viajeros que quieran convertirse en ciudadanos globales y locales, conscientes de su propósito.

En mi voluntariado en África, les confieso, entendí más lo vital de hacer viajes con propósito, alejándonos del pensamiento occidental de querer “salvar” a los otros con una visión lastimera que nos pone por encima de otras comunidades; que erróneamente nos hace creer que somos nosotros, “los salvadores”, quienes cambiaremos sus vidas. Al contrario, somos nosotros los que podremos aprender de ellos y de sus vivencias; los que podremos escuchar, tratar de entender, reflexionar y adecuarnos a su cultura para ver cómo, de verdad, contribuiremos. Muchas veces el mejor aporte será educarnos para aprender qué es lo significativo, desde la consciencia y, sobre todo, desde el amor.

PARTE TRES

Viajes sin filtros

Los viajes con propósito no son los de las fotos de tonos impecables, con los mejores filtros, en los templos más reconocidos, en las montañas más icónicas o con los pobladores locales sonrientes que se publican en redes sociales. No. En estos recorridos regresamos a nuestra esencia, vemos y aceptamos el privilegio que es viajar, abrimos nuestra mente para encontrar un balance que nos permita una experiencia grata, llena de conocimiento y crecimiento, independiente de las cosas buenas y malas. Que las hay, porque muchos de estos viajes terminan como algo que no esperábamos, desafiándonos, pero si somos capaces de sacar enseñanzas hasta de lo más difícil estaremos educándonos como viajeros.   

Cuando los viajeros rechazamos la ignorancia y nos preparamos para caminar el mundo; cuando creamos consciencia sobre la situación de las personas y de las sociedades, nos alejamos de la crítica y de la mirada “por encima del hombro”. Cuando se puede poner la ignorancia a un lado y se quita de la mente el concepto del escenario perfecto que proponen las grandes industrias del turismo, se nos abre un universo de posibilidades.

Detrás del telón de la perfección hay historias no tan felices y problemas por superar de las regiones. Pero claro, es más fácil ignorar las problemáticas que reconocerlas, y es una triste realidad que vivimos. La educación sobre los hechos que han atravesado los países, que conforman su historia o su presente, es vital en el proceso y esto nos permite, inclusive, enseñar a los demás, también, a abrir su mente y a comportarse con respeto. Las etiquetas deben eliminarse, entendiendo que nadie es mejor que el otro, que todos somos seres humanos; que las personas no necesitan ser salvadas, necesitan que las entiendan y las reconozcan.

Y en los viajes con propósito que les narraré en este blog (una vez al mes), tengan la certeza de que seré transparente y honesta. Contaré lo bueno, lo bonito y lo difícil. La gente, en muchas ocasiones, solo relata lo lindo y yo siento que a veces lo lindo es aburridor y que es más interesante lo real. No todos mis viajes y experiencias con un propósito han sido bonitos, ha habido también dramas, peligro, aventuras.

En este momento histórico tan extraño, de pandemia mundial, he reflexionado mucho en que hoy necesitamos, especialmente, de viajeros con propósito y con consciencia. Nunca en mi vida pensé que mi libertad de viajar se fuera a limitar por un hecho como estos. Para mí viajar es parte de mi esencia. Sin embargo, estamos en pausa y esto nos ha permitido recibir reportes inesperados: aires más limpios, animales que reaparecen, bosques que descansan. El confinamiento nos hace caer en cuenta del daño que hemos hecho al planeta.

Por eso, se requerirán más personas que entiendan los impactos que estamos generando con nuestros viajes. No sé si a veces nos damos cuenta del privilegio tan enorme que es poder viajar y visitar otros países. Algunos solo son capaces de soñar con esto. Pero embarcarse en un viaje requiere de responsabilidades. El viaje nos permite aprender sobre los demás y, también, enseñarles acerca de nosotros mismos y de nuestro país de origen.

Un viaje con propósito es empezar una nueva historia en tu vida. Es dedicarle tiempo a este plan y dar lo mejor de ti para que tenga una misión clara. No tiene que ser exitoso, la gente cree que un buen viaje es cuando cosas buenas pasan y no siempre es así (mi vida, dos veces, estuvo en peligro en África y aun así ha sido un viaje trascendental). Se trata de aceptar y estar dispuesto a entrar en lo desconocido, de ampliar nuestra perspectiva, de cambiar la forma en la que vemos la existencia y valorar lo esencial.

La parte más emocionante es el camino, el proceso que lleva a estos viajes con propósito (insisto, pensando que está bien que no sea perfecto). Todos tenemos el poder de ser el cambio, de educarnos (sí, de nuevo), de evolucionar, de intentar ser mejores humanos. Viajar con un propósito es desconectarnos para volver a conectarnos; es disfrutar de un viaje real, aceptando nuestros miedos, explorando nuestra curiosidad, aprendiendo a vivir dejándonos permear por las sensaciones que llegan a nuestros sentidos, porque la verdadera libertad de un viajero se encuentra en estar presente.

Gracias por leer mi historia, ¡espero que lo hayan disfrutado! Seguiré compartiendo mis aventuras, si desea recibir notificaciones, suscríbete. Preguntas o comentarios, por favor envíeme un correo electrónico a thetravelandadventurelife@gmail.com

Alé

alejandra travels