Laura y el sentido de la vida – Por quien vivo como vivo, por quien soy como soy.

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Así como los viajes con propósito y los viajes de aventura, los asuntos relacionados con el sentido de la vida son vitales para mí. Por eso, en esta nueva entrada, quiero contarles sobre Laura, por quien vivo como vivo, por quien soy como soy.

Laura y yo vivíamos en el mismo edificio en Ibagué. Nos gustaba observar las aves, jugar con nuestros conejos (el mío se llamaba Bonnie y el de ella Connie, correr con los perros, acampar, preparar postres de limón y crear universos para Paulina y Juan David, nuestros muñecos.

Más que amigas, éramos hermanas.

Nuestras familias eran muy unidas, así que viajábamos, montábamos a caballo, comíamos cosas ricas, emprendíamos travesías por la naturaleza y hasta Laura se quedaba con nosotros cuando su mamá y su papá debían ir a otros lugares por trabajo. Cuando eso pasaba, jugábamos hasta tarde en nuestro “laboratorio”, instalado en mi cuarto, en el que examinábamos a los animales y los curábamos, o eso intentábamos. Ella siempre sonreía.

Una vez, hicimos un viaje a Estados Unidos. Fuimos a conocer la nieve, recorrimos los parques, visitamos varias ciudades. En uno de los hoteles, no me acuerdo exactamente cuál, utilizamos los carritos en los que se llevan las maletas para jugar con nuestras muñecas. Íbamos de un lado a otro y, entre juego y juego, terminamos presionando la alarma para incendios. Salimos corriendo, impactadas por nuestra travesura. Resulta que evacuaron a todos los huéspedes y llegaron ¡cinco camiones de bomberos! Nunca dijimos nada, fue nuestro secreto de amigas.

En noviembre de 2001, los padres de Laura estaban en New Orleans en una conferencia y, de repente, recibieron una llamada telefónica desde Colombia en la que les anunciaban que su pequeña sufría dolores de cabeza y náuseas. Ya no podía ver televisión, su ánimo estaba diferente y no se recuperaba. Algo estaba mal. Regresaron y se fueron a Bogotá para hacerle exámenes que diagnosticaron lo impensable (por lo menos en la mente de unas niñas): un gran tumor se alojó en el lado izquierdo de su cerebro, una zona de difícil y peligroso acceso. La operaron, pero no pudieron removerlo en su totalidad.

Los médicos recomendaron radioterapia y quimioterapia. Recuerdo que un día llegó a mi casa con un gorrito y me dijo que la mirara, que ya no tenía su cabello. Yo le dije que se veía divina y me puse un sombrero. Cada vez que salíamos juntas los usábamos, gorrito y sombrero (así cubría mi pelo que en ese entonces era corto).

A Laura le gustaba más mi muñeca Paulina que su muñeco Juan David, entonces, al comienzo del tratamiento, le propuse un reto, que, si ella subía de peso, intercambiábamos. Y claro, ello lo logró y se quedó por un tiempo con Paulina. Jugábamos a los doctores, ya no mucho con animales porque era riesgoso, pero Laura fue deteriorándose, aunque no dejamos de reírnos. Seguimos compartiendo aventuras, porque nuestra niñez fue increíble.  Irradiaba felicidad. Y mi prioridad era estar con ella, prácticamente, vivía en su casa.  

Mi inocencia, creo, no me permitió ver en ese momento a la muerte como algo malo. Yo simplemente quería estar con mi amiga todo el tiempo que pudiera. Nos encargamos de seguir disfrutando de la vida, obvio ella no podía hacer muchas cosas, sin embargo, nos adaptamos y bailábamos cuando podíamos, veíamos películas, cocinábamos, sin pensar mucho en el futuro. Ella disfrutaba de mi presencia y yo disfrutaba de su presencia.

Sus papás siguieron explorando alternativas, médicos, opiniones, tratamientos. Nueve meses más o menos de búsquedas. Sus dolores de cabeza eran tan fuertes que estábamos cada vez más en el cuarto a oscuras, como en una noche que se fue extendiendo. Una noche… y pienso ahora que es muy simbólico todo esto porque a Laura y a mí nos unía la luna llena. Me decía que ella era la luna llena y que me iba a mirar a través de esa bolita en el cielo. Quizá por eso tengo una fascinación por contemplarla, por hablarle.

Fuimos entendiendo poco a poco lo que pasaba. Yo, sobre todo, porque ella era consciente de lo que ocurría, aunque era una niña. Una niña. Cuando se supone que la enfermedad no te alcanza. Entonces Lauris me dijo algo que se me quedó grabado en la cabeza hasta el día de hoy y es uno de los motivos por los cuales soy como soy y hago lo que hago: me pidió que viviera la vida por las dos. Vivir la vida por las dos, uff, y lo he intentado cada día.

El 25 de agosto de 2002, Laurita falleció. Y este hecho, el que mi mejor amiga muriera, me cambió para siempre. 

La promesa

Laura es mi inspiración, es parte de mis viajes, de mis proyectos, de este blog, de lo que quiero compartirles. Ella llena mi corazón de esa pasión por explorar y me motiva a no tener miedo.

Muchos pueden pensar que cuando uno está chiquito no crea lazos tan profundos y únicos. Están equivocados. Yo tengo presente a Laura en cada aspecto de mi existencia. Cuando ella murió nació una nueva Alejandra, una que tiene una sed insaciable por vivir, por entender, por crecer y por ser una mejor persona. Siempre pienso que me está mirando desde arriba (desde la luna) y quiero que se sienta orgullosa, quiero que vea que estoy cumpliendo con lo que me pidió.

Esa promesa se convirtió en una de las metas más auténticas de mi vida. En uno de los motores por los cuales viajo por el mundo para aprender de otras personas y culturas. Muy pocas veces dejo algo a medias, casi siempre todo lo que me propongo lo cumplo y esa determinación que experimento y pongo en práctica para hacer realidad mis sueños se da, simplemente, porque pienso que no hay nada que me impida alcanzar un objetivo, solo mi mente. Estoy convencida de que, si se empieza un proyecto con un NO, nada pasará, nada se cumplirá. Pero si existe una intención genuina, si uno cree en uno mismo, todo podrá realizarse; claro, si hay compromiso, trabajo, enfoque y un entendimiento de que, aunque se planee, habrá sucesos inesperados que sortear.

Perdí a mi mejor amiga, como familia hemos sido impactados por momentos muy difíciles, dejé mi país a los 17 años para abrirme camino en Australia, he trabajado muy duro para alcanzar cada meta y he viajado por 51 naciones. Eso se los cuento no porque me crea “sobrada” en experiencia, sino porque les aseguro que a la vida hay que darle la cara, a lo bueno y a lo malo, porque cada capítulo que sumamos nos transforma, nos hace más fuertes, nos ayuda a mejorar y a cambiar para ser mejores seres humanos. Todo lo que me ha pasado me ha definido como persona.

La vida es frágil y nosotros tendemos a olvidar que debemos estar agradecidos con el presente. Algunos tienen su cabeza puesta en el futuro como si estuviéramos seguros de que lo habrá. En la actualidad, para no ir muy lejos, una pandemia puso al mundo en suspenso y los planes deben modificarse en medio de una atmósfera de incertidumbre. Por eso siento que debemos tener los pies en la tierra, pero la mente pensando en grande. ¿Cómo? De nuevo, creyendo en nosotros mismos. Constantemente estamos queriendo probarle al mundo, a la sociedad, a los demás que podemos; qué tal si hacemos las cosas por nosotros mismos, por amor propio, por demostrarnos que somos capaces.

HOY puedo respirar, ver, escuchar, sentir. HOY cuento con un techo, con amigos, con familia y a veces, para ciertas personas, esto no es suficiente y sobran las quejas porque no tienen tiempo o dinero, y entre estas se van enredando y se van olvidando de vivir que, al final del día, es lo más importante que uno puede tener: VIDA.

La vida y la muerte

¿Qué es para mí la vida y qué es para mí la muerte? Me pregunto bastante por el significado de la vida. Creo que cada persona es como un libro abierto lleno de historias, de experiencias, de dolor, de felicidad, y es a partir de esas vivencias que cada uno define los conceptos que le son vitales.

Sin embargo, hay una cosa de la que estoy cien por ciento segura y es que todos los individuos tenemos el poder de definir nuestro propio destino y de construir lo que queremos. Todos tenemos un propósito que debe movernos a ser una mejor versión de nosotros mismos en este planeta. Saber que lo que nos hace únicos y diferentes nos ayuda a marcar una diferencia y a inspirar a otros. Y solo podemos lograrlo si estamos conectados con la realidad que tenemos HOY, que no es otra que ¡estar vivos!

Laura siempre fue un ángel, aún en su paso por la tierra. Nos enseñó tantas lecciones y su partida, aunque dura, nos hizo reflexionar y amar. La muerte no me asusta y creo que por eso también soy un poco arriesgada en las acciones que emprendo. Yo miro la muerte como un momento que todos tendremos que enfrentar, independiente de la edad (Laura era una niña) y siento que todos venimos a dejar un legado y que una vez la misión se cumple, es momento de irse. La muerte no me asusta, pero sí me preocupa y me duele causarle daño y tristeza a la gente que más amo.

Veo la muerte de Laura y de otras personas cercanas, como una comprobación de que debo vivir la vida y asegurarme de que mucha gente también haga lo mismo. Pensar en las consecuencias, en los riesgos de nuestros actos, es un asunto siempre latente, aunque soy de las que piensa que si nos quedamos anclados en la idea del miedo estaremos dejando de EXISTIR. En cualquier momento se nos puede ir la vida haciendo algo extremo o estando en casa sentados en un sillón, por eso no doy por hecho que mañana estaré aquí, por eso me sorprendo con una montaña, me emociono cuando viajo a un país que no conozco o cuando regreso a uno que ya visité, cada sitio es mágico, y así deberíamos asumir todo: con la alegría, el amor y el entusiasmo que nos hacía saltar cuando éramos unos niños.

¿Ahora entienden por qué les hablé de Laura? Porque la sigo viendo en la luna y honrando la promesa que le hice, porque vivo por las dos, porque escribo por las dos, porque quiero que amemos la vida, mientras tengamos una.

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