Un resumen de mi vida – Cuídate mucho, no te creas Superman

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Una introducción en tres partes, un resumen de mi vida.

I

Desde pequeña he sido diferente. Aventurera. Inquieta. En el colegio me fue muy bien, pero les confieso que, a veces no hacía mis tareas, y tampoco estudiaba mucho porque prefería hacer deporte y jugar con mis mascotas.

Mis papás hicieron una labor increíble. Nos educaron, nos enseñaron valores esenciales como la importancia del ahorro y nos hablaron siempre de la dedicación y el amor que debemos poner a todo lo que queremos lograr. “Las mejores, siempre, muñequita. Los del montón, no avanzan”, repetía mi papá. Y con esa frase, que mi mamá también compartía, me apoyaron en todas las locuras que se me fueron ocurriendo: mudarme a otro país, estudiar una carrera en inglés y viajar a sitios lejanos, diferentes y hasta peligrosos, sin poderme conectar con ellos por varios días.

Mi mamá, estoy segura, debe haber rezado miles de rosarios y sentir en cada viaje un mini ataque al corazón. Mi papá sufre en silencio y solo me dice: “Cuídate mucho, no te creas Superman”. Mi hermana es mi cómplice, le cuento todo, pero sé que ella es la que más se preocupa. Los tres, a su manera, me cuidan, entre oraciones, llamadas y regaños. Es gracias a ellos y a su amor incondicional que he podido cumplir mis metas, lo que me ha ayudado a crecer y a ser la persona que hoy soy.  

Nacer en un país como Colombia te lleva a tener una visión sobre la vida más real. Siendo un lugar increíble y amándolo inmensamente, hay tres palabras que escuchas una y otra vez en las noticias y que afectan la vida de muchos, de todos: pobreza, violencia y corrupción. En Colombia aprendes a valorar el esfuerzo de tus papás por sacarte adelante. Es que hemos vivido momentos muy duros, tantas familias que han sido víctimas del conflicto armado, incluyendo la mía, miran la oscuridad a los ojos, cuando lo que deseamos es detener el sufrimiento y la injusticia.

A veces, en ciertos momentos, perdemos la esperanza y buscamos otros sentidos de vida, nuevos rumbos. Quizás, por eso, encontramos en los viajes, en otros paisajes, una cierta tranquilidad, una luz, una alternativa de construir un futuro diferente, aunque sea lejos de quienes tanto amamos y extrañamos.

Muchos piensan que irse a vivir al extranjero es un acto egoísta. En parte puede serlo. Ver a nuestros seres queridos una vez al año o cada dos años, no es fácil. Duele. Pero esto también nos hace madurar y aprender del mundo, nos hace ser más plurales, conscientes y hasta más amorosos con esa familia, con los amigos, con el planeta, con la vida.

Muchos saben que llevo casi trece años viviendo en Australia y, aunque el camino ha tenido altos y bajos como en la más curvilínea montaña rusa, logré el objetivo de hacer de este país de oportunidades mi casa, sin olvidar nunca ese pedacito de tierra en el que nací y en el que se encuentran mi papá, mi mamá, mi hermana y ese sobrino divino que tengo llamado Pedro, que habitan en mi pensamiento y en mi corazón. A ellos LOS AMO, con mayúsculas sostenidas.

Comienzo este blog porque quiero contarles por qué viajo, por qué me embarco en planes que parecen locos, por qué quiero hacer realidad las ideas que me planteo en mi cabeza. Quiero escribir este blog porque quiero contarles, a través de mis experiencias (que no son perfectas, ni adecuadas, ni ideales, sino humanas, como las de cualquier otro), que sí se pueden materializar los sueños si uno, en realidad, tiene la disposición de actuar, de enfrentarse a los retos, a los miedos, a los obstáculos, dando lo mejor, con fuerza, con actitud, con el poder de la convicción.  

Y empezamos en 3, 2, 1…

II

La vida. Los viajes. Las aventuras. A los tres los miro a los ojos. Sé que me traen alegrías y desafíos (y, por qué no, también estrés). Para conseguir mi ciudadanía australiana tuve que enfrentar muchos problemas, es más, ¡me echaron del país! (Ya se los cuento). Tuve que trabajar mucho, muchísimo, pero en estos casi trece años, además, de establecerme en esta nación rodeada por dos océanos, he viajado por 51 países y he dado pasos profesionales y personales que no me habría imaginado cuando salí de Colombia a los 17 años.Soy de Ibagué y tenía una vida increíble allí. Cuando me gradué del colegio, decidí irme de intercambio, adivinen para dónde. Originalmente, el intercambio era por seis meses. Seis meses en Australia para mejorar mi inglés y luego regresar, pues, ya matriculada en Diseño en Colegiatura Colombiana, me esperaba Medellín.

Pero seguro les ha pasado, una cosa es lo que uno piensa y otra la que termina haciendo. A los tres meses de estar en Australia, decidí quedarme. Llamé a mi papá y le pedí el favor de que me apoyara económicamente para estudiar una carrera en ese país lejano, en el que tendría que permanecer por cuatro años. Una vez le expliqué mi idea, mi papá me pidió un tiempo para pensarlo y colgó el teléfono. A las dos horas volvió a llamarme, después de llorar, reflexionar y aceptar la idea de que me iba a quedar en Australia. “Las mejores, siempre, muñequita. Los del montón, no avanzan”, seguro pensó. Y yo lo pensé también. Me aprobaron una visa de estudiante para cursar Diseño Gráfico y Diseño de Producto en la Universidad de Griffith, en Gold Coast.

Australia es una nación costosa, así que sostenerme no fue fácil: tenía dificultades con lo económico, con el inglés, sentía el choque cultural y lo más duro, debía despedirme cada seis meses o un año de amigos, de personas increíbles de todas partes del mundo que iban terminando su período en Australia. Trabajé como mesera, en limpieza y haciendo frelances, y durante esos cuatro años, mientras estudiaba, viajé mucho, a donde pudiera, Europa, Asia, América.

Con mi carrera lista y culminada podría aplicar a una visa de graduada, con la posibilidad de tener la residencia. Estaba feliz. Así que al graduarme emprendí un viaje de dos meses con mi familia por Nueva Zelanda y el sudeste asiático. Después, me fui a África por tres meses y medio para hacer un voluntariado en un orfanato y en un colegio, una vivencia que les contaré luego, más extenso, porque esto me cambió la vida, me abrió los ojos. Llevaba cuatro años viviendo en un país del primer mundo, llena de privilegios, y esto puede cegarte ante una realidad de miles que apenas sobreviven.  

Mientras hice estos recorridos, mi vida en Australia permanecía guardada en una bodega. Hasta que estando en África me enteré de que me habían aprobado la visa de graduada, pero para sellar el proceso tenía que trabajar un año en la industria del diseño. Volví, consciente de que en Gold Coast no había muchas oportunidades para diseñadores. En cuatro semanas estaba en Melbourne, una ciudad más grande, que me brindó un trabajo como lo necesitaba, pero empecé de cero, otra vez. (¿Ven? De cero, para uno darse cuenta de cómo hay que reinventarse, porque la vida se mueve y cambia y nos desacomoda, sobre todo, cuando lo que se persiguen son los sueños).

III

Melbourne. Doce meses de trabajo en diseño gráfico. Nueva sorpresa: Inmigración hizo cambios en los visados. Me llegó una carta en la que me decían que ya no se necesitaban más diseñadores gráficos, que yo requería de un puntaje diferente en inglés y que, en resumidas cuentas, debía irme del país en máximo 28 días.

Cancelé el contrato del apartamento, volví a guardar todo en una bodega y me fui a Hong Kong. Allí me recibió la familia de un amigo que había conocido en África. Y esperé. Esperé noticias de la nueva visa a la que había aplicado, una para cursar un diplomado en marketing por dos años. Días y días, hasta que recibí la buena noticia y pude volver a Gold Coast, que sentía más mío. Melbourne me traía recuerdos angustiantes.

En Gold Coast me reuní con mis profesores de la universidad, con los que tuve siempre una muy buena relación después de mi carrera, y Dominique, que es como mi mamá en Australia, me dio la oportunidad de trabajar como profesora, dictando clases de diseño. Así que inicié con el diplomado en marketing y, a la vez, fui profe, hasta que me enteré (¡otra sorpresa!) que, para obtener la residencia, que era lo que quería en ese momento, necesitaba que una empresa me empleara por tres años, con una determinada suma de dinero.

No te creas Superman, sí papito, pero decidí que no quería depender de una empresa. Deseaba que esto se diera con mis propios medios y creé Maverik Studio, con tres objetivos: hacer labor social (que siempre me mueve) promocionando el talento colombiano, empezar una carrera de empresaria-diseñadora gráfica y ganar lo suficiente para poder, yo misma, respaldarme como el camino para poder quedarme en Australia. 

Para ser sincera, los tres años más difíciles de mi vida. Trabajar de lunes a lunes. Tenía que emplear a tres australianos, pagar mucho dinero al gobierno, continuar con mis clases en la universidad, con mi diplomado. Ufff. El proceso fue largo, cansado y costoso. Pero me dieron mi residencia. Un paso más. Entonces, seguía la ciudadanía.

Con la residencia en mis manos, quise regresar a mi época de estudiante, pero ahora, pagando como cualquier local australiano, no como extranjera (¡Pequeño gran logro!). Decidí hacer una maestría de dos años, con un tema de investigación que es una pasión para mí: viajes con propósito social y ambiental, en la Universidad de Griffith en la que llevo trabajando unos siete años y de la que en la actualidad soy la directora de arte de su estudio de diseño; una universidad que me sigue regalando aprendizajes, experiencias y personas maravillosas.

Mientras esperaba por mi ciudadanía, trabajaba y adelantaba mi investigación, compré mi primera casa. Mi primera casa. Una gran emoción a mis 26 años y en otro país. La compré sobre planos y esperé un año a que el gobierno los aprobara. Después, la construcción tardó un año más. Y sí, dos años para ver esa casa pequeña, pero con concepto sostenible y diseñada y decorada por mí, con detalles que hablan de quién soy. El mismo día en que me entregaron las llaves, me dieron mi ciudadanía australiana, luego de once años allí. Fue uno de los días más gratificantes de mi vida. Aún hoy, dos años más tarde, lo recuerdo con las mariposas todavía vivas en mi estómago.

2019. Mi último año de maestría y un nuevo descubrimiento: una vocación por los viajes que me permitan hacer labor social, conectarme con otras culturas, aprender de su historia. Tengo un estilo de viaje con consciencia, con propósito, aventurero, de mente abierta; que encuentra en el medio ambiente y en la sostenibilidad, su motor.

Y algo vital para mí: mi pasión por los viajes va de la mano con el buen manejo del dinero y la importancia de tener una estabilidad en mis finanzas. Por más que vaya a muchos sitios y que emprenda varios planes, siempre tengo claro mi norte en este sentido, sabiendo que las metas solo se alcanzan si uno es organizado y disciplinado.

Casi catorce años en Australia. Y tanto ha pasado. Terminar mi carrera y mi maestría, con una nota que me permitió ganarme una beca para seguir con mi doctorado; lograr mi residencia y mi ciudadanía; encontrar estabilidad en otro país a miles de kilómetros de casa; aplicar cada día los valores y las palabras de mis papás. Y, claro que no soy Superman ni mucho menos, solo soy una viajera que cree en los sueños, en vivir la vida.

Gracias por leer mi historia, ¡espero que lo hayan disfrutado! Seguiré compartiendo mis aventuras, si desea recibir notificaciones, suscríbete. Preguntas o comentarios, por favor envíeme un correo electrónico a thetravelandadventurelife@gmail.com

Alé